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NO SOMOS IMPORTANTES

No me gusta quejarme. La queja para mí es un grito. Está bien desahogarse de

vez en cuando. Pero ese grito se silenciará pronto. Por eso no considero este escrito como una queja. Es una crítica y una búsqueda de soluciones. Es una reclamación de derechos y un conjunto de voces valientes con ganas de mejorar la calidad de vida de los y las pacientes afectados por un TCA.

Yo soy una más. Ni menos ni más importante que el paciente que espera al lado mío a las 8 de la mañana para una analítica general. Él se queja de la tardanza. Le digo que pase antes de mí, que yo ya estoy acostumbrada a esperar.

He tenido que venir en ayunas. Tengo frío y mucha hambre. A pesar de lo que la mayoría piensa. No es falta de apetito, lo mío, querido Diccionario de la Real Academia Española (en serio, vayan y busquen Anorexia en la RAE). Me encanta comer y disfruto comiendo. Pero tengo miedo. Ya menos, es verdad, he crecido. ¿Me he curado?

Amigas y amigos, voy a convivir con mi mente toda la vida.

La cronicidad de los TCAs existe. A mí me asusta catalogarme como una enferma crónica. Pero el sistema sanitario español necesita estas etiquetas para tratar a sus pacientes. Diagnósticos se llaman. Síntomas. Hechos. Datos. Quieren números. Les gustan los números más que a nosotr@s. Perdonad que use el sarcasmo, pero tengo que reírme ya de esta maldita enfermedad. Es mi nueva técnica de supervivencia: el humor.

Recortes. Menos, menos, menos para la salud mental. Me ponen a huevo la analogía con los recortes.

¿Hambre para hoy y hambre para mañana? Supuestamente, la crisis ya quedó atrás. Pero el pan todavía no ha llegado a nuestras bocas. No hay dinero. Ni personal.

Pero sí que hay cada vez más afectad@s por TCAs. Cada vez más consumo descontrolado de antidepresivos y benzodiazepinas.

Y, paradójicamente, hay más psicólog@s graduados en España que nunca antes.

Pero no hay dinero. Y el tiempo y las personas se compran, ¿verdad? Y la salud, ¿también se compra?

Querida Consellería de la Comunidad Valenciana:

No sé ni a quién me dirijo, pero te aprecio y por eso me dirijo a ti como querida. Porque yo he nacido aquí, en « La millor terreta del mon », y como ya escribí en anteriores ocasiones: confío en el sistema público de sanidad español. Creo en los principios que respaldaron su creación, pero insisto en que la salud mental nunca ha sido una prioridad para los gobiernos de turno.

Todo sigue igual que hace cuatro meses. Que hace un año, dos, tres, ¿diez?

Tengo 26 años. Hace una década ya que convivo con pensamientos que me hieren, me destruyen, me subordinan a unos estereotipos de imagen y mujer socialmente impuestos.

Cuando tenía 16 años no existían campañas de concienciación como ahora, aunque tampoco es que actualmente hayamos dejado atrás el tabú y el estigma. Pero, al menos, se habla de ello. Hay un debate. Y al menos se nos escucha. Sin gritos, pero sí con enfado y rabia. Después de años de terapia he aprendido que no hay emociones negativas ni positivas. La rabia tiene su función: nos moviliza, nos activa, nos defiende. Por ello, esto no es una queja, ni un grito silenciado. Esto es una forma de expresión, el conjunto de muchas voces que luchan a diario por construirse un futuro digno y seguro.

No me gustan las cifras pero esta, como bien señala en su escrito Mercedes Marco (presidenta de ADABE), me da escalofríos: “l@s afectad@s por trastornos alimentarios tienen la tasa de suicidio mas alta entre los jóvenes”.

Marco incide también en que “se trata de enfermedades muy largas y graves con un deterioro físico muy grande y con un alto gasto económico y enorme desgaste social. Además, las personas afectadas que se cronifican son una carga para el sistema sanitario de por vida.”

En la reunión que tuvieron el 5 de diciembre con responsables de la Sanidad Pública y la Consellería “sintieron como una vez los mismos profesionales de salud mental parecían no comprender la gravedad de esta enfermedad, minimizándola y banalizándola cómo si fuera un capricho de una niña bien.”

“Una niña bien.” JÁ. Me encanta esta acepción. No voy a contarle mi vida, querida Consellería, pero le aseguro que a esta niña bien no le han regalado nada. Que lucho y lucharé por vivir pues amo la vida. Y tod@s las personas que he conocido afectad@s por TCAs eran GRANDES luchador@s. Y he conocido a much@s.

Tod@s ell@s me escuchar@n cuando lo necesité y ningún@ me negó un abrazo en los peores momentos.

Somos mujeres, hombres, niñas, niños: personas. Ni bien, ni mal. Estamos luchando. No somos buenos ni malos, somos únicos, como todos, y compartimos por desgracia un sufrimiento. Pero queremos, ante todo, vivir y no sobrevivir. Así que escúchennos antes de juzgarnos.





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